miércoles, 17 de noviembre de 2010

Sobre libros, los unos y los otros.

Es mucho lo que se ha hablado sobre el libro electrónico desde que se presentó en el mercado. 
A su favor o en contra se han alzado todo tipo de voces y cada una esgrimiendo argumentos diferentes.
Por todo ello no creo que yo sea capaz de aportar nada especialmente novedoso, pero considero que en un blog dedicado a la crítica del diseño debe aparecer una reseña sobre el artículo de diseño más famoso actualmente, corrijo, artículo de mal diseño.
Considero que el "ebook", o para ser exacto los lectores de libros electrónicos, han llegado al mundo con una seria tara de nacimiento, su diseño descuidado y mal dirigido, equivodado, lo cual puede impedir que se impongan como pretenden, más que otros factores defendidos por los entusiastas del libro tradicional basados en conceptos nostálgicos y románticos que muy poco afectan al mercado.
En mi opinión, el libro electrónico tiene en el libro de papel un serio rival porque al diseñarlo han puesto mucho interés en que parezca el último gadget de una película de ciencia ficción pero no han tenido en cuenta los puntos fuertes de su competidor, lo cual es un error en cualquier producto que se lance al ruedo del mercado actual.
Cada libro  de papel es una unidad diferenciada del resto de los de su condición, incluso de los ejemplares de una misma edición o los de una colección homogénea. Un volumen (ya el nombre habla de algo tangible y corpóreo) es una unidad diferente a las demás por su peso, por su color, su tacto, su número de página invariable en cada edición, su olor de fábrica y el adquirido por el uso, así como un largo etcétera de factores. 
Un volumen es un todo diferenciado de los demás, y eso invita a la compra, a la posesión. Siempre apetece más tener un Picasso que una reproducción en serie del Guernika, con la diferencia de que en este caso la diferencia de precio entre original y copia es mucho mayor que entre el libro de papel y el digital.
Pero esas características físicas no sólo ayudan a la compra del libro, sino a la persistencia en nuestra memoria. De cada libro leido no sólo recordamos las sensaciones dejadas por su argumento o materia, sino también donde lo compramos, en qué lugar de la estantería reposa, el marcapáginas que utilizamos para no perdernos en su lectura, etcétera.
Todo ello le proporciona al libro tradicional una identidad, algo que lo diferencia de los demás, que se hace un hueco en nuestro subsconciente añadiéndolo a nuestro conjunto de vivencias y experiencias con un peso específico. Cada volumen es único, diferenciado y diferente de los demás, mi ejemplar de "Cien años de soledad" por poner ejemplo, es totalmente diferente del de cualquiera que lea esto, es el mio, el único.
En el libro electrónico, cada título queda reducido a una cadena de caracteres digitales con una tipografía y maquetación variable, personalizable y por tanto inconstante.
El recuerdo que nos deje, su persistencia en nuestra memoria y por tanto el deseo de adquirir otro, dependerá mucho más del lector utilizado que del propio libro, que ahora no es más que un nombre y una extensión en un disco duro (Independiéntemente de su calidad textual, desde luego)
No entiendo como ninguno de los diseñadores de los muchos modelos de lectores que existen no tuvo en cuenta este aspecto para diseñar aparatos más cercanos a la costumbre colectiva, con un mayor aspecto de libro clásico, con una mayor diferenciación de los de su clase.
Sin embargo todos los reproductores (Prefiero llamarlos así, pues leer implica algo más que reconocer caractéres) son casi idénticos, diferenciados en su diseño por mínimas divergencias que se limitan al número de botones y su colocación, y poco más.
Todos los que he visto tienen una pantalla de color gris, algo a lo que no estamos acostumbrados pues el papel es blanco o ligeramente amarillento. Las letras son igualmente grises, en una tipografía grotesca diseñada para pantalla que no puede competir con, por ejemplo, una garamond en cuanto a legibilidad y fluidez en la lectura. Es un entorno hostil para nuestra costumbre, más cercano a la pantalla de un electrodoméstico que a un lugar para la lectura continuada.
Además, no hay que olvidar que estamos leyendo en una pantalla y por tanto lo hacemos con luz incidente, frente a la luz reflejada del papel. Por mucho que las pantallas intenten imitar al papel siguen siendo eso, pantallas, emisores de luz.
En definitiva, creo que el libro electrónico sigue teniendo un largo camino por delante hasta suplantar al libro de papel, al menos mientras su diseño no se acerque más a las necesidades de las personas que a las de las películas de Star Trek.
Ni creo que esté cercano el final del libro de papel ni creo que el libro electrónico no triunfará, sólo que lo hará muy lentamente, conviviendo un largo periodo de tiempo con su competidor e implantándose léntamente en nuestra costumbre a medida que las nuevas generaciones crezcan leyendo en una pantalla y adaptando sus ojos a ella, siguiendo la carrera imparable de la evolución humana. 
Mientras tanto seguiré siendo de los que compran un libro por las tapas.

Enlaces de interés:
El informe del ministerio